Ensueños de invierno
La Primera de Tchaikovsky se erige como un “ensueño de invierno”, comienzo de una magistral carrera sinfónica, mientras que podríamos hablar del Concierto para flauta de Reinecke como un “ensueño de otoño”, con un halo postromántico de gran sabor brahmsiano y guiños hacia el Clasicismo. Todo ello embebido de sus particulares nacionalismos, del que también se nutre La novia vendida, de Smetana.