HR 1 MICHAŁ NESTEROWICZ © LUKASZ RAJCHERT

“La clave de este programa es la forma clásica”

Michal Nesterowicz dirige a la Sinfónica de Tenerife en un viaje musical que une a Mozart, Mendelssohn y Dvořák

Va completándose la tercera temporada con Michał Nesterowicz (Wroclaw, 1974) en el podio de la Sinfónica de Tenerife, con la que ha alcanzado el “nivel de entendimiento” necesario para mantenerse en forma, especialmente ahora que el conjunto va a cumplir 80 años de vida musical. Con el maestro polaco, la orquesta aborda el viernes 20 de marzo su séptimo concierto de abono en el Auditorio de Tenerife Adán Martín, un viaje rítmico que une a Mozart con Dvořák partiendo de los ideales de armonía y forma de Mendelssohn.

“La llave de este programa es la forma clásica”, indica el director sobre las características definitorias de esta interpretación. Nesterowicz coloca para esta ocasión en los atriles las partituras de Ruy Blas, obertura en do menor (opus 95), de Felix Mendelssohn-Bartholdy (1809-1847); el Concierto número 24, en do menor (K 491) de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), que será interpretado al piano por Janina Fialkowska; y la Sinfonía número 8, en sol mayor (opus 88) de Antonín Dvořák (1841-1904).  “No era mi meta construir este programa sobre este aspecto concreto, –reconoce– pero si hay algo que puede conectar estas tres obras creo que podría decirse que es la forma clásica, pero una forma que está casi al final de su existencia, a punto de ser transformada en otra nueva”.

En el caso de la primera pieza, compuesta en marzo de 1839 como introducción a una representación del drama del mismo nombre de Víctor Hugo, se trata de una composición sencilla, llena de cromatismos pero sin interés en profundizar en el espíritu del texto. Creada en el transcurso de tres días, “Mendelssohn usa una forma muy clásica, con dos temas muy diferentes, con tos tempos, largo y alegro, opuestos dentro de la misma partitura para mostrar dos personajes distintos de la historia. La instrumentación es muy clásica porque se basa, de hecho, en la orquesta clásica, con el clarinete como instrumento principal en toda la estructura –como también se puede apreciar en Dvórak–”, explica el director. Mendelssohn, cuya producción compositiva no terminó de de encajar en el romanticismo, desarrolló un destacado sentido de la medida, lo que le convirtió si no en el último músico clásico al menos en un neoclásico.

La batuta descriptiva y sugerente del maestro polaco no deja de ser una garantía de unión entre esta obra “fenomenal, muy bien escrita, muy brillante, con reglas clásicas, con dos temas contrarios, con dos tempos contrarios, con muy buena narración y con buen tiempo” y el  el Concierto número 24 escrito por Mozart “en un momento bastante triste para él”. Considerada una de las piezas más elaboradas y expresivas de la serie de conciertos para piano que compuso hacia finales de 1876 (números 11-25), destaca de ella el tierno diálogo que mantienen los instrumentos de viento-madera (de nuevo el clarinete) en el movimiento lento.

Este concierto ha sido elevado a la categoría de obra maestra, y con ella logró una gran riqueza sinfónica a través de un certero equilibrio entre el piano y la orquesta. Si la obra de Mendelssohn “se sitúa en un estadio antes del cambio que el papel de la música experimentó con el modernismo”, el concierto de Mozart También “significa que él quiere abrir la puerta, quiere cambiar un poco el ambiente de la música clásica”, argumenta Nesterowicz.

De los compositores incluidos en las escuelas nacionalistas de Europa del Este, Dvořák fue el que más éxito obtuvo aplicando los elementos del folclore tradicional a un estilo clásico sofisticado. La obra que la Sinfónica de Tenerife interpretará en su séptimo concierto de abono de la temporada 2014-2015, fue creada entre septiembre y noviembre de 1889, con posterioridad a obras como la Séptima sinfonía o la cantata La novia de espectro, esencialmente densas. En esta Octava sinfonía, el compositor de Bohemia vuelve a encontrar una atmósfera alegre y sosegada. “En el momento en que escribió la Sinfonía número 8, Dvořák era el hombre más feliz del mundo. Era muy conocido, trabajaba y viajaba mucho, estaba en casi todas partes y es en ese momento, antes de viajar a Estados Unidos, cuando compone esta sinfonía. Recuerdo haber leído una correspondencia en la que él escribe que es en este momento cuando las melodías, los temas, las ideas le vienen muy rápido a la cabeza”, indica el director titular.

Desde el punto de vista musical, sobresale la tonalidad en sol mayor, poco corriente en la época, así como la alternancia de los modos mayor y menor que emplea  Dvořák. “Algo que es nuevo en la Sinfonía número 8 –comenta Nesterowicz– es que  la forma es clásica pero la consistencia no es clásica. No son dos temas, son tres temas, son codas, scherzos, se cambia por variaciones, etc.”, dando lugar a una de las páginas orquestales mas modernas del autor nacionalista.

El actual responsable de la dirección artística de la Sinfónica de Tenerife, que posee una batuta descriptiva, afirma que a la hora de programar las temporadas no sigue  ninguna “regla estricta por la que todas las obras tienen que tener conexión siempre con algún tema, periodo, movimiento, el lugar de donde viene la música”, sin embargo, en este programa del 20 de marzo aprecia un nexo basado en la forma clásica. “Si ponemos a Mozart primero, luego a Mendelssohn y a Dvořák, podemos decir que son escalones consecuentes: podemos ver en la obertura de Ruy Blas las consecuencias del cambio en el concierto de Mozart; y los cambios en la obertura de Mendelssohn, aunque no de una manera tan directa, pueden apreciarse también en Dvořák”.

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