Vassilis Christopoulos debuta en España al frente de la Sinfónica de Tenerife, una orquesta que “tiene una excelente reputación”
Vassilis Christopoulos (Munich, 1975) tuvo un día una revelación: la orquesta es un gran transmisor de emociones pero los músicos deben estar guiados por alguien que les inspire a emocionarse con cada interpretación. “El papel del director no debe ser ni sobrevalorado ni subestimado”. Con este convencimiento, ha alcanzado una libertad artística que intenta transmitir con vocación de renovador y coherencia estructural a cada orquesta con la que trabaja. Respaldado por esa certeza y un patente liderazgo artístico, dirigirá a la Sinfónica el viernes 29 de mayo en Auditorio de Tenerife Adán Martín con un programa que incluye tanto la obertura Los esclavos felices de Arriaga como el Concierto para violonchelo y orquesta de Rosinskij, hasta la Sinfonía número 41, «Júpiter», de Mozart.
El músico debuta en España llevando la batuta de la formación tinerfeña, que, afirma, “tiene una excelente reputación y además toca en un auditorio muy famoso y hermoso”. Christopoulos subraya las virtudes de este estreno ante el público español, pero también reflexiona acerca de lo difícil que resulta alcanzar un estadio de independencia cuando acechan las “restricciones” de hacerlo con un programa que encauza el director titular o artístico (en este caso Michal Nesterowicz) dado que este “tiene la responsabilidad de presentar una temporada equilibrada e interesante para la audiencia”.
Lejos de restar importancia al concierto, reivindica la calidad de la música que interpretará con la Sinfónica de Tenerife, un repertorio idóneo a su sensibilidad y su naturaleza. “Como director invitado, –explica– se me pidió dirigir el concierto del Sr. Rosinskij así como una pieza ‘clásica’. Propuse la Sinfonía Júpiter de Mozart –sinceramente, una gran obra que realmente me gusta– y la obertura de Arriaga. Quería dirigir una composición española y esta juvenil y alegre pieza de la época clásica constituye en mi opinión un buen equivalente a Mozart”.
La batuta de Vassilis Christopoulos ejerce un enorme liderazgo tanto cuando sube al podio como cuando baja al foso sin exhibir destellos de estrella. De ahí el interés que reviste acudir a este concierto. En él se apreciará su búsqueda de la claridad estilística a través de la profundidad emocional ya sea en el género lírico como en el clásico o la confluencia de ambos, como en el caso de la obertura Los esclavos felices de Juan Crisóstomo Arriaga (1806-1826). “Una gran cantidad de oberturas de ópera han ganado un lugar importante como piezas independientes en el repertorio sinfónico”, comenta al tiempo que enumera “de Weber El cazador furtivo, de Verdi, La Forza del Destino, de Rossini, Il Barbiere di Siviglia, o de Wagner la Cabalgata de las Valquirias, por nombrar sólo algunos”.
Escrita por este mito de la composición española con tan solo 13 años, esta obertura de ópera comienza con una melodía de ligereza muy italiana, luminosa y cantante, para dar paso, tal y como refiere el programa de mano, a un segundo tema “muy del gusto rossiniano con sus característicos crescendos para conducirnos hacia una divertida coda”. A pesar de ser una obra formalmente clásica, posee una cautivadora originalidad y ciertos aspectos schubertianos en su expresividad.
Los instrumentistas de la Southwest German Philharmonic Orchestra y la Athens State Orchestra conocen el interés del maestro Christopoulos por apoyar la música contemporánea e incorporarla a las actuaciones. Este compromiso lo demostrará dirigiendo el Concierto para violonchelo y orquesta en cinco movimientos de Wladimir Rosinskij (1962). Tanto el compositor, viola de la formación gallega, como la solista Ruslana Prokopenko prepararán conjuntamente con el director y la orquesta esta pieza antes de compartirla con el público. “Dirigir una obra de un compositor vivo que además de eso puede estar presente y supervisar el proceso de ensayos es siempre un privilegio”, indica.
Como todo un honor hubiera sido haber tenido la oportunidad de descubrir de la mano de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) de qué habla la Sinfonía número 41, «Júpiter», en do mayor (k551) y luego pensar en cómo expresarlo con la misma grandeza y lucidez con la que fue compuesta. “La última sinfonía de Mozart es el pináculo de todo el repertorio sinfónico anterior a Beethoven. No es por nada que fuera apodada (bastante después de la muerte de Mozart) Júpiter, ¡el ‘padre’ de los dioses y los humanos!”.
La obra, escrita inmediatamente después de la ardiente lucha de la Sinfonía número 40, muestra una inusitada maestría a la hora de explotar el contrapunto y la armonía, pero es que estructuralmente, posee una arquitectura idealmente equilibrada, con dimensiones perfectamente proporcionadas, lo que le confieren una asombrosa lógica formal. Evoca el triunfo de un hombre solo por dominar su drama íntimo: “Tiene un segundo movimiento sublime; el final consiste en una construcción de fuga extremadamente complejo pero todavía fluye naturalmente a su final triunfante”.
De gesto entusiasta, directo, coherente y emocional, el director de origen griego hace suya la máxima de Carlo Maria Giulini: “El director es el único músico de una orquesta que no toca un instrumento, pero tiene que realizar algo que bordea la magia: conseguir que sus gestos expresen la voluntad de su pensamiento”. Con su vocación innovadora y entusiasmo musical, Christopoulos va más allá en su definición. “El papel del director no debe ser ni sobrevalorado ni subestimado”. Y advierte: “Obviamente, son los músicos los que tocan. Cuanto mejor es una orquesta, menos depende del director el nivel de su rendimiento. Sin embargo, un buen director es capaz de motivar a los músicos, ganarse su confianza y guiarlos no solo hacia una firmeza técnica sino también a una interpretación musical emocionante”.