Pierluigi Bernard interpreta junto a Giorgio Mandolesi el Duett-Concertino del compositor alemán, acompañando a la Sinfónica de Tenerife en un nuevo concierto de temporada
Tras más de dos décadas dedicado enteramente como clarinete solista de la Sinfónica de Tenerife, “desde el centro de la orquesta”, Pierluigi Bernard (Turín, 1968) se apodera, con potestad y pericia, de la parte de delante del escenario para “hacer fluir otra vez un poco de adrenalina”. La temporada 2015-2016 ha querido destacar el talento del clarinetista con la interpretación del Duett-Concertino, TrV 293 de Richard Strauss, junto a Giorgio Mandolesi, primer fagot de la Orquesta de París, el próximo viernes 26 de febrero en Auditorio de Tenerife, con el titular de la formación dependiente del Cabildo, Michal Nesterowicz, sobre el podio. “Encuentro siempre cosas nuevas en esta partitura, Strauss demuestra una gran sabiduría utilizando el clarinete”, reflexiona el músico ante este gran reto profesional.
En su trayectoria, Bernard ha sido invitado a prestigiosas salas de concierto en Europa y esta es la tercera vez que lo hace “en casa”. “Siempre es un reto, obviamente”, asevera. Un desafío que, “además, es muy importante tener con una cierta regularidad porque ayuda a mantener siempre la tensión y la preparación al máximo. Evidentemente, después los resultados se ven en todo lo que tocas, también en la orquesta”, añade.
Más allá de su compromiso con el trabajo sinfónico y de cámara, Bernard desborda ilusión ante esta prueba que le coloca de nuevo como concertista. Vive por y para la orquesta, pero se confiesa apasionado de la “adrenalina”. “Amo la orquesta, me encanta estar en la orquesta porque siento que me enriquezco del saber hacer de mis compañeros”. Su entusiasmo manifiesta esa exigencia impetuosa que obliga a la evolución constante, a la necesidad de querer dar pasos adelante para abrirse a nuevos caminos y dejar atrás la comodidad. “Aunque el trabajo que hago cada viernes obviamente estimula y te pide un cierto grado de adrenalina, haciéndolo cada viernes, uno se acostumbra. Estás tan acostumbrado a ese tipo de adrenalina, la de ser solista en la orquesta, que el hecho de pasar allí delante supone un escaloncito más, y entonces otra vez la adrenalina empieza a fluir más fuerte, es como sentir otra vez la motivación al cien por cien”.
Para la ocasión, el solista de clarinete de la Sinfónica de Tenerife abordará el Doble concertino para clarinete y fagot de Richard Strauss (1864-1949), compositor de gran inventiva melódica. “La elección de la pieza es bastante mirada. Es una obra que a mí siempre me ha encantado y que reúne dos cosas: el hecho del concierto como solista, pero también es una pieza de música de cámara increíble, porque son dos solistas y una orquesta pequeña de cuerda con arpa. Es realmente como un gran grupo de cámara y probablemente la parte más difícil de este concierto sea eso, el ensamblar las partes y que las frases se unan”.
Una obra con exigencias técnicas
Escrita en 1947, el compositor alemán contaba ya 83 años, la obra posee, en palabras de Tranchefort, “una materia instrumental tan finamente cincelada, bordada con tales hilos poéticos, que no hay material para aburrirse”. Lo que hace que enfrentarse a esta partitura sea, para Bernard, un descubrimiento constante del dominio de colores y armonías del autor. “Strauss sobre todo es un compositor que pide mucho, un poco como Brahms: divide la frase, está alternada entre los dos instrumentos solistas; en muchas frases entra también el primer violín, que tendrá muchos solos con nosotros –en algunos momentos parece que hace un trío; y con el arpa también. En el tiempo que llevo practicándola para el concierto, cada vez encuentro algo nuevo, cada vez me encanta más y Strauss ha escrito realmente bien para el instrumento, tanto para el mío como para el fagot”.
“La elección de la pieza es bastante mirada. Es una obra que a mí siempre me ha encantado y que reúne dos cosas: el hecho del concierto como solista, pero también es una pieza de música de cámara increíble, porque son dos solistas y una orquesta pequeña de cuerda con arpa”
Un Duett-Concertino que viene avalado por la grabación que uno de los maestros de Pierluigi Bernard, Thomas Friedli, junto a Klaus Thunemann (fagot), “probablemente de las pocas que hay, la mejor”, opina el clarinetista. No solo escasean las grabaciones, raramente esta obra se programa en las salas de concierto. Los musicólogos lo achacan a la dificultad en la preparación técnica que exige el dúo concertista, una consideración con la que coincide el solista de la Sinfónica de Tenerife. “No es fácil el ensamblaje de la pieza y requiere que esté muy digerida por parte de los dos solistas, obviamente, y requiere también una capacidad por parte de la orquesta de olvidarse de ser orquesta sinfónica y de repente que cada uno piense en ser parte integrante de un gran grupo de cámara”.
Es aquí cuando Bernard toma nota de las sugerencias y consejos que aprendió de los grandes maestros con los que se formó. “Mi maestro de música de cámara del Trío di Trieste [Scuola Internazionale di Musica da Camera del Trío di Trieste] siempre me decía que hay que saberse tan bien la propia parte para poder olvidarse de la propia y pensar solo en las demás. Que es la única forma en la que se puede hacer música de cámara de forma universal, de forma total. La tuya la tienes que tener tan presente, tan bien masticada y tan digerida para poder prestar atención a lo que haga el otro para que una frase que empieza uno pueda terminarla el otro, y que lo único que pueda surgir es ese cambio de timbre que es parte de la música de cámara”.
Interpretación compenetrada
La viveza interpretativa de Bernard se hermanará, como solista de cámara, junto a la del primer fagot de la Orquesta de París, Giorgio Mandolesi. “Él es un gran fagotista, un top y para mí es un honor poder compartir esto con él”. Precisamente, la colaboración mutua supone para el clarinetista un estímulo añadido a esta empresa. “Me fascina muchísimo más que no estar haciendo un concierto solo yo”. Las exigencias de esta obra en particular la convierten en una partitura hecha a la medida del músico: “Cuando haces un concierto como solista, casi siempre es la orquesta la que tiene que estar pensando en ti. Aquí no, aquí es lo que hacen los violines, el violonchelo, el fagot, el arpa… es música de cámara, que es justamente lo que a mí más me gusta. Enriquece, porque es diferente cuando empiezas una frase y la terminas a que alguien empiece esa frase y tú la tienes que terminar y viceversa, te obliga a flexibiliazarte al máximo ya que cada vez puede ser una frase diferente”.
Organizado con una gran sencillez temática, el Doble concertino para clarinete y fagot está compuesto en tres movimientos ofreciendo una escritura concisa que precisa de una minuciosa técnica por parte de los solistas. En el caso del clarinete, Strauss escribió pasajes “muy pensados, muy mirados”, así como “muy vocal, muy lírica, con parte técnica complicadita”. “Es una partitura repleta de matices, de claroscuros”. En ella, se descubren “pasajes técnicos que están unidos y tienen que hacerse de manera compenetrada con el fagot”, con resultados en ocasiones “rítmicamente, melódicamente juntos”. Para lograrlo destaca, en opinión de Bernard, la participación del director, Michal Nesterowicz. “Estoy convencido de que hará un trabajo estupendo como siempre. Sé que le gusta Strauss, sé que le gusta la pieza y estoy convencido de que será una súper experiencia”.
Esta obra concertante “extremadamente elegante” debe escucharse siguiendo un programa, muy breve, que el propio Strauss compartió con Hugo Burghauser, el dedicatario de la obra. Tal y como cuenta Tranchefort, el músico “imaginaba una princesa –el clarinete–, aterrada por la pantomima grotesca de un oso –el fagot–, que finalmente se transforma en un príncipe encantador con el cual se pone a bailar…”. “Hay quien dice que es un poco la historia de La bella y la bestia, donde el clarinete es la bella y el fagot la bestia (el príncipe maldito) –matiza Bernard. Quien oiga por primera vez la obra, si tiene presente esto, se dará cuenta, porque es tan descriptiva… es un poema sinfónico. Recomiendo al público que cierre los ojos y tenga la imagen de esta historia. Siempre digo que tener una historia te ayuda muchísimo desde el punto de vista interpretativo y claramente, si tiene esta historia, como oyente, será una forma de disfrutar más de la pieza”.